domingo, 3 de marzo de 2013


23 FLIA - Feria Del Libro Independiente y (A) en Av. Corrientes! Por cultura sin rejas! La FLIA es la Sala Alberdi GRATIS Y AUTOGESTIVA!!!!
10 de marzo, de 13 hs a 22 hs en Corrientes entre Montevideo y Parana


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lunes, 22 de septiembre de 2008

Escenas de un vals apasionado


Infidelidad: ¿acaso la tormenta no persigue a las noches estrelladas (y a la inversa)?


Noche. El titilar de las estrellas y una luna llena realzan la magnificencia del caserón de tres pisos, en medio del campo. Sobre la tranquera que inicia un sinuoso camino de tierra hasta la casa, cuelga un pequeño cartel de loza, del que se alcanza a leer, en letras azules, "L´Amour". Quietud. Una brisa agita levemente los pinos aún jóvenes, apostados junto al camino; se produce un murmullo entrecortado de hojas y ramas que adormila a los perros negros encerrados en una jaula detrás de la casa, silenciosamente imperceptibles. Luces. En el salón principal, en el primer piso, una espléndida araña colgante ilumina aristocráticas parejas que bailan al ritmo de valses clásicos, mientras que el resto de los comensales, también gente de la más alta alcurnia, se pasean vestidos de gala, relajados y sonrientes.
Sobre largas mesas, copas de cristal sueltan burbujas de champagne; la vajilla de plata refleja las luces de la araña y los brillos de las risas. Puertas. De ébano y vidrios espejados son las puertas que separan el salón del pasillo que lleva hasta las restantes habitaciones del caserón, y a la escalera de mármol blanco. Esas puertas se mantienen cerradas, al igual que la que divide el salón del frondoso balcón. Confort. Serios mozos van y vienen, atentos a cualquier necesidad. También está el señor Francis, quien hace uso de la casa desde hace ya más de un año y medio, y que auspicia de tanto suenan músicas prohibidas y aullidos embravecidos, donde se llevan a cabo orgías y ritos salvajes... Pero ya no hay tiempo: la dama, así como ha llegado, se va, se pierde en la oscuridad del pasillo.Francis entra al fin en la cocina, y observa la situación. Visiblemente confundido, hace un esfuerzo por recordar qué lo llevó hasta allí; pero su vista sólo le repite una y otra vez aquella imagen fugaz, unos instantes atrás. La cocinera, acertando el desconcierto, le propone no retener más el plato principal: carne de cerdo bañada en salsa agridulce. Francis duda unos segundos - la sirvienta muda aprovecha para cubrir con su sandalia un trozo de vidrio que había burlado la limpieza -; luego asiente con la cabeza y retorna al salón. El ambiente sigue festivo y distendido; incluso Cleaud, hermanastro de la dueña de casa, toma de un brazo a Francis y lo invita a acercarse a sus compañeros para participar de una discusión recién iniciada acerca de lo que verdaderamente está insinuando el cine polaco de vanguardia, tan en boga por estos días. Pero las charlas se interrumpen cuando uno de los mozos llama a todos los presentes: la cena está servida.
Mientras los invitados se aprietan muy gentilmente junto a la mesa, la figura de una mujer de largo vestido negro parece escabullirse, rápida, dentro de las oscuras fauces del balcón.

Infidelidad: merodear.

Francis piensa en un ratón.
Caroline tal vez esté de viaje hasta fin de mes.
Francis piensa en los ojos entrecerrados, pequeños, de un ratón nervioso asomándose apenas desde su oscuro escondite.
Caroline es su fianzé, y la dueña del caserón en medio del campo.Francis hecha una rápida mirada hacia todos los invitados, augurando el arte del buen comer.
Caroline, abrumada por el trabajo, nunca dispone de mucho tiempo para llamar.Francis sabe que el ratón está inquieto, observando desde el balcón.En su último llamado (hace ya varios días), Caroline dijo estar abandonando las ruinas de Machu Pichu para dirigirse hacia el sur, a Chile.
Francis cierra los ojos un instante. Rewind, Play: Caroline, parada del otro lado de la tranquera el día de su partida, le arroja besos efusivos. Stop.

Infidelidad: el vértigo de un salto al vacío…

Elegante y muy amable, siempre de buen humor, el anfitrión es un hombre de buenas costumbres y reconocida moral. En un acto de solemnidad, le devuelve una sonrisa a Cleaud, pero ya se las ha ingeniado para pararse justo en la cornisa, con un pie dentro de la casa y el otro bajo la arcada de salida al balcón.

Afuera, relámpagos parecen atravesar la noche; los perros huelen la tormenta; la servidumbre se encarga de cerrar algunas ventanas para luego reunirse en el sótano. Súbitamente, un fuerte viento azota la casa; las puertas del balcón se cierran y se abren como violentos parpadeos; unas nubes densas, bajas, ocultan la noche estrellada e impiden ver la luna.

Infidelidad: principius individuatoris en el momento exacto.

Un antiquísimo reloj de pared suena, indicando las doce. La sombra de Francis se diluye en la oscuridad del balcón. Instinto. Un gato se envalenta y arrincona a un ratón; arriesga un zarpazo que apenas roza a un ratón.
El roedor parece reír, su figura crece, se hace fuerte; y así como a veces la presa a punto de ser devorada, enseña sus afilados colmillos, también un ratón puede volverse un animal devorador. Hambre. Las bocas de los comensales se abren; la carne de cerdo chorrea una salsa espesa, roja, caliente; los dientes muerden una y otra vez; los cuerpos gastan oxigeno, transpiran; los ojos se inyectan de narcótica lujuria. Desde lo profundo de una de las fuentes de plata, suben y bajan cucharones con guisos picantes que fueron cocidos con paciencia, en silencio; ahora es el momento de ser deglutidos de un solo bocado.Desde lo profundo de una de las fuentes de plata, suben y bajan cucharones con guisos picantes que fueron cocidos con paciencia, en silencio; ahora es el momento de ser deglutidos de un solo bocado. Violencia. Un caballo desbocado rompe las puertas que estaban trabadas, irrumpe violento, agiganta la risa contagiosa del ratón. El bosque es un paraíso dionísico proyectado dentro de la casa, donde se mezclan verdes desprejuiciados, marrones exaltados, azules socarrones.
Música. En los techos, la sombra del caballo que todo lo arrasa se confunde con las sombras de quienes ya han perdido el control y bailan solos, dando vueltas y vueltas, bajo el embrujo ensordecedor de los aullidos y los gemidos provenientes del balcón.

Infidelidad: un baile fiel sólo a sí mismo.

Al alba, todo es quietud y silencio, muerte y olvido. En la casa sólo se oye el tic tac de un viejo reloj de pared recorriendo los pasillos vacíos, tan vacíos como esa sensación de que el amor contemporáneo, de vez en cuando, destiñe.
Al alba, todo es quietud y silencio, muerte y olvido. En la casa sólo se oyen el tic tac de un viejo reloj de pared y los pasos de una dama recorriendo los pasillos vacíos.
Descalza se va. El pelo oscuro (ahora recogido en un rodete sobre el cuello); sus ojos todavía entrecerrados, pero con las pupilas dilatadas como dos uvas, grandes y oscuras. Aquella dama abre la puerta de la parte trasera, gira su cabeza hacia el interior del caserón, sonríe. Sus labios están desbordados de rojo rouge, y en su paso ha dejado una estela que se va desvaneciendo de a poco.

Infidelidad: ¿qué le queda a un corazón desacelerando?

Camino al pueblo, un hombre, en la presurosa marcha de quien supo ser victorioso en los juegos olímpicos, se sacude la noche para quitársela de encima. A ese hombre sólo le ha quedado el sueño de recuperar su resplandor apolíneo en alguna carta de su fianzé, esperándolo tal vez en la oficina de correo.

Y ese hombre hará lo que la razón le dicte hasta asesinar el dolor incontenible que le provoca la duda de no saber quién es en realidad. Lo hará aun a costa de quedarse con esa angustia absurda de un día como cualquier otro, y olvidarse de todo. Muy atrás ha quedado el balcón, y un vals, imperceptible. Un secreto, recibiendo apenas la luz del amanecer.


de don Genaro. Escenas de un vals apasionado
pertenece al libro “Amor devorando – historias cruzadas”


dongenaro@hotmail.com

martes, 9 de septiembre de 2008

lunes, 1 de septiembre de 2008

miércoles, 27 de agosto de 2008

Entre lobos y relojes. Dario Semino


Entre lobos y relojes (selección)


I

La vigilia es una máquina operada por un ciego
Y el ciego se muere por tocar
Y a veces toca
Y a veces muere





X

Tengo que salir y llevar mi desierto. Es importante no olvidarlo. No siempre se lo necesita. Pero uno nunca sabe. Muchos lugares lo requieren para permitir la entrada, otros lo solicitan para autorizar alguna entrega. La mayoría, es cierto, no lo pide. Porque dan por sentado que uno lo lleva puesto.



XXIII

Pasan días como píldoras. La urbe se inflama de deberes y balanzas. Las horas quedan trabadas en el hueco del instante y los segundos se diluyen en el ruido. Empecinadas, las calles doblan sobre sí mismas y las autopistas se vuelcan panza arriba como lagartos cariñosos. La población inhala polvos para curarse la vigilia mientras los trabajadores empiezan a extrañar los látigos y los dioses.


XXVII

Todo brota de la insistencia. Es cuestión de horas-trabajo, problemas asumidos y decisiones ineludibles. Es cuestión de fe y delirio, de necedad y desesperación. Es cuestión de repetir lo absurdo hasta que sea lógico, de pulir las ideas hasta encontrarles lo lindo. Es cuestión de permitir que los espejos se confiesen y de atrapar en la red de los renglones algunas mariposas y murciélagos.

dariosemino@yahoo.com.ar

jueves, 21 de agosto de 2008

Un Cuento

El capitán Carucha en busca del xilofón

Por Fernando Bonsembiante

'Una vez me contrató el capitán Custeau para hacer un documental.' 'Teníamos que ir a una isla perdida del océano pacífico para filmar un animal raro, en peligro de extinción. Se llamaba Bosforus Metallicus Milipondus, pero lo llamaban el xilofón. Nadie lo había visto, desde que Darwin lo había descripto en uno de sus libros. Algunos pensaban que ni siquiera existía, y que era un invento del inglés. Por eso el museo británico estaba financiando la expedición, para limpiar el buen nombre y honor del sabio. Contaban que vivía en cuevas, en un acantilado de la isla. Era muy peligroso, se alimentaba de cerdos salvajes y los devoraba enteros. Días después, hacía la digestión y escupía los esqueletos limpios como carozos de aceituna. Me costó bastante trabajo juntar la tripulación para ese viaje. Lo llevamos a Francisco, por supuesto, al flaco Bianchi, al loco Castro (había que estar loco para enfrentar ese animal desconocido), y algunos más. El loco Castro estaba a cargo de la filmación. Viajamos con el Amelia, nuestro barco, por el pacífico. Navegamos meses enteros, buscando la isla, porque no aparecía en ningún mapa. Cuando estábamos a punto de tirar la toalla, nos agarró una tormenta. Pensábamos que no la contábamos, pero como ven, la estoy contando. O sea que estábamos equivocados. De todas formas, la tormenta nos hizo encallar en una isla. Habian unos acantilados, y un paseo por la poca playa que había, nos reveló dónde estábamos. Encontramos cientos, si no miles, de esqueletos blancos, de huesos de cerdo salvaje, como comprobó Bianchi, nuestro experto en zoología. Cerca nuestro habían unas cuevas. Castro se acercó cámara en mano, y entró en una de ellas. Salió corriendo a los pocos segundos. Lo perseguían cientos de xilofones de todos los tamaños, formas y colores. Emitían ese ruido metálico característico, todavía lo escucho en sueños. Nos metimos al agua, sabiendo que esos bichos del demonio no pueden nadar. Así perdimos una excelente cámara digital de video. El agua salada hace estragos en el equipo electrónico. Bueno, el loco nos dijo que había capturado sólo unos segundos de los bichos, así que no perdimos nada interesante. Usando otra cámara, los tratamos de filmar de lejos, desde un bote. Imposible, porque sólo salen de noche, o cuando se sienten atacados. Necesitábamos usar la cámara infrarroja, y tomarlos de cerca. Los observamos bastante desde el bote. Habían dos variedades de xilofón, uno que llamamos xilofón polar y el otro era el cartesiano. El primer tipo era redondeado, de coordenadas angulares, y el otro tenía como dos ejes rectos perpendiculares. En nuestras observaciones, descubrimos algo interesante. Bianchi ideó un plan con esa información. Los xilofones no podían reproducirse por sí solos, y necesitaban la participación de otra especie. El xilofón macho se hacía excitar por una foca, con franeleos y bailes nupciales. Le llenaba la boca con su semen, y luego la xilofona hembra bebía de este semen, directamente de las fauces del animal marino. Aparentemente las focas sacaban alguna ventaja de esto, porque iban voluntariamente a ese extraño apareamiento. Decidimos, aconsejados por el experto Bianchi, disfrazarnos de foca con unos trajes de goma que fabricamos en el barco. Al principio el plan funcionó. El loco Castro y yo fuimos, vestidos de foca, hasta la cueva, con la cámara infrarroja. Los xilofones nos dejaron entrar, y hasta nos dieron una bienvenida, haciendo un bailecito que filmamos. A la hora de estar filmando su hábitat natural, los xilofones mostraron signos de interés excesivo. Se nos acercaban y nos franeleaban. Decidimos irnos, y ellos nos seguían. Cuando salimos de la cueva, los xilofones trataron de detenernos. No nos iban a dejar salir sin tener sexo. Lo consulté rápidamente con el loco y me confirmó que la zoofilia no estaba entre sus muchas perversiones. Salimos huyendo, perseguido por miles de xilofones en celo. Por suerte ya sabíamos que eran lentos, y estábamos preparados con la cámara, que era a prueba de agua. Nadamos hasta el bote y volvimos. El documental ganó un premio, y nos contrataron de nuevo para filmar otra especie desconocida, pero dijimos que no. Preferimos dedicamos al tendido de cables telefónicos submarinos, un negocio mucho más seguro.'